El Espíritu Santo es el alma de la misión. Lo que sucedió en Jerusalén hace casi dos mil años no es un hecho lejano, es algo que llega hasta nosotros, que cada uno de nosotros podemos experimentar. El Pentecostés del cenáculo de Jerusalén es el inicio, un inicio que se prolonga. El Espíritu Santo es el don por excelencia de Cristo resucitado a sus Apóstoles, pero Él quiere que llegue a todos. Jesús dice: ‘Yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros’ (Jn 14,16). Es el Espíritu Paráclito, el ‘Consolador’, el que da el valor para recorrer los caminos del mundo llevando
el Evangelio. El Espíritu Santo nos muestra el horizonte y nos impulsa a las periferias existenciales para anunciar la vida de Jesucristo.
Francisco, Homilia Pentecostes
(19-V-2013)
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